" que la realidad supura la ficción y que en el formato más pequeño, como una caja de fósforo, pueden guardarse hasta veinte joyas incendiarias. Pinchando en la imagen podéis encontrar la fórmula mágica para arder entre
Y ya que estáis por allí, dejaros llevar entre microrrelatos y cerillas por ese mundo de la realidad inventada en el que Víctor se mueve con soltura y desde el que, incluso, he llegado a apreciar de un modo especial las faltas de...
La primera nota que me escribiste, la que deslizaste con disimulo dentro del bolsillo de mi abrigo, fue la que produjo el chispazo. Yámame, rezaban unas letras anónimas, escritas con carmín y prisa debajo de un número de teléfono. Te llamé, claro está, no pude resistirme, y al poco ya vivíamos juntos. Desde entonces, lo primero que hago cada mañana al despertar es buscar el mensaje garabateado en un papel que sueles dejarme, apoyado en la cafetera, antes de marcharte a trabajar. Me estremecen tus confusiones sinuosas de bes y uves. Me excitan tus acentos inventados, que se clavan, placenteros, en mis ojos. Me pierden las haches intercaladas a tu antojo, entrometidas, y me encienden las olvidadas, que dejan desnudas las palabras, indefensas. Por eso, cuando no encuentro tus buenos días repletos de errores, revuelvo el piso en busca de cualquier cosa que hayas escrito, en la lista de la compra, en la agenda de teléfonos, en el calendario que cuelga de la cocina o en un papel de tu billetera. Más que lo que me dices, me encanta cómo te equivocas, aunque jamás te lo he confesado. De todos modos, supongo que ya te habrás dado cuenta porque la nota que dejaste esta mañana, mucho más larga que de costumbre, estaba correctamente escrita. Decía que te marchas para siempre y sólo tenía una falta de ortografía. En mi nombre.
No puedo quedarme collado: me gastas. Quiero hacer el humor contigo, que fallemos como animales. Y luego, si quieres, nos coseremos. Y haremos un viejo, donde tú profieras. Jamás me iré de tu lodo, por muy mal que lo posemos. Veremos la tela de plasma, tarados en el sofá, enlozadas las monas. Dedicaré mi veda a hacerte feliz. Y tendremos un ojo, o dos, y procuraremos que cometan los mismos horrores que nosotros. No te quedes ahí pirada. Ven. Sógame.