domingo, 24 de octubre de 2010

Una conversación pendiente

I. Tenemos que hablar
Tenemos que hablar. Siempre he odiado esa frase. No augura nada bueno. La crónica de una muerte anunciada debería haber comenzado así. Seguro que hay una norma de protocolo que dice que es la forma correcta de dar malas noticias. Siéntate. Tenemos que hablar. Y lo mismo sirve para comunicar la muerte de la abuela, que han llegado las notas con cinco ceros como cinco soles o decir adiós, que te vaya bonito.
Quizás por eso pensé que era la mejor forma de comenzar una conversación imposible que creo saber cómo terminará pero que no quiero evitar por más tiempo.
Nos conocemos desde críos. Jugábamos juntos en la plaza cuando no había ordenadores. Fuimos juntos al cole. Nos perdimos la pista en la universidad y volvimos a encontrarnos. Hemos compartido experiencias, nos hemos contado la vida con pelos y señales, amores, desengaños.. y hemos pasado juntos alguna que otra borrachera que termina ensalzando la amistad.
Quizás por eso pensé que tenía que planificar bien mis palabras y dejar abierta una vía de escape para poder salir airoso.
Tenemos que hablar. A las nueve donde siempre.

II. Allí estaré
Hay lugares que son como el escenario de una vida. Esa heladería sin duda es el nuestro. Mi madre dice que cuando abrieron nadie daba un duro por el negocio. Teníamos cinco años y nos trajeron a la inauguración. Regalaron conos de chocolate a todos los niños. A ti no te gustaba, así que yo me comí los helados y tú los barquillos. Siempre nos hemos entendido bien.
Por eso no me ha extrañado tu mensaje. - Tenemos que hablar - Es más, he pensado muchas veces en ello pero no sabía como empezar la conversación.
No sabría decir cuánto tiempo hemos pasado en esa heladería. Durante el instituto cada tarde de domingo y algunos sábados antes de ir a la discoteca. Y ahí nos reencontrarnos años después cuando volví de la universidad.
Sólo a ti te lo he contado todo. Me has visto ilusionarme por una primera cita y he llorado sobre tu hombro más de una vez. Siempre me has escuchado, animado... pero ni de borrachera has confesado tus inclinaciones. Y ya iba siendo hora.
Por eso estoy impaciente. Por una vez podré ser yo quien te escuche y te tranquilice. Vivimos en pleno siglo XXI y no hay nada de qué avergonzarse.
Allí estaré.

III. Helado de chocolate
Diez minutos para las nueve. Sólo me quedan cuatro horas de trabajo. Cuando llegué de la Argentina con mi título de maestro bajo el brazo no pensé acabar sirviendo mesas y poniendo helados. Eran otros tiempos. Pero son “mis mesas”, “mi negocio” y con la que está cayendo...
- ¿Qué os pongo?. Un cortado y un cono de chocolate. Marchando!
Cada cual tiene que encontrar su camino. Hace veinte años en el barrio solo había dos bares, una panadería y una tienda de ultramarinos. “Helados Marcelo” fue toda una novedad. No fue fácil, pero los vecinos se hicieron clientes y, poco a poco, amigos. A muchos de ellos los he visto crecer. Como a los de esa mesa. Todavía los recuerdo correteando con pantalones cortos. Y ahí les tienes, tan serios... no sé que se estarán contando hoy pero cualquiera diría que se va a acabar el mundo.
A lo largo de estos años creo que he visto de todo, niños juguetones con helados derretidos, madres histéricas por los chorretones de chocolate sobre el vestidito de lazos, familias que no conversan y otras que lo hacen a gritos con exagerada alegría, pandillas de amigos, flirteos, parejas acarameladas sin casa, ni coche ni vergüenza. Yo ni entro ni salgo, pero si estas paredes hablaran... Y después de cada historia el mismo proceso. Recoger la mesa, las copas, las tazas... Ya nadie deja propina.
-Perdona, ¿no te ha gustado?¿te pongo otra cosa?¿no?¿seguro?
Hay gente para todo. Mira que comerse solo el barquillo y dejar que el chocolate se derrita en la taza vacía de café. Casi las once. Ya queda menos para cerrar.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Bookcrossing

Encontrar un libro en el parque o en la parada del autobús, leerlo y liberarlo en la plaza o en un pasillo de la universidad se había convertido en algo habitual. Por eso no le extrañó hallar aquel cuaderlo azul en la escalinata de la Catedral. Comenzó a leerlo esa misma mañana. Poesía. No solía leer poesía pero, por una vez... Un poema, otro... hasta que llegó a una página en blanco. Quedaban muchas más. Leyó una y otra vez los versos escritos y solo tras mucho tiempo se atrevió a escribir. Unos versos. No era mucho, no eran muy buenos, pero pensó que debía hacerlo. Cuando terminó lo liberó en un banco de sus jardines preferidos

P.D. A Pablo Gonz por su concurso de haijines

domingo, 17 de octubre de 2010

miércoles, 13 de octubre de 2010

Una familia feliz


"Todas las familias felices se parecen, pero las desgraciadas lo son cada una a su manera"
Anna Karenina. Leon Tolstoi.

- La mía es una familia feliz. Sin duda. La abuela Purificación no hubiera permitido otra cosa. Al abuelo, el coronel, no llegué a conocerlo, pero seguro que estaría orgulloso. Papá, el primogénito, convirtió un par de viñas heredadas en una de las bodegas más pujantes de la zona. Mamá aportó el nombre. Marquesado de Izán. Seguro que lo conoce. Solo han tenido una hija, es decir, yo. La niña de sus ojos que siempre despuntó en los estudios. Abogada de profesión, con los contactos familiares pronto entré en una gran firma. Hoy soy socia. Como mi marido. Juntos 24 horas al día. Lo mejor para evitar escarceos. La casa, el despacho y la vida social van en el mismo lote. Lo que le decía, una familia feliz…
- Perdone, es la hora. Seguiremos la semana que viene.
Tras salir ella, toma la grabadora de la mesa. “La paciente sigue hablando de su marido en presente. 10 sesiones y ni una referencia a su asesinato y posterior intento de suicidio”.

domingo, 10 de octubre de 2010

¡Eres mía!

Aquel día me armé de valor y le planté cara. La cogí por las solapas, la zarandeé y le canté las cuarenta.
- No me gustas. Estoy harto. ¡Eres mía y a partir de ahora harás lo que yo quiera!
Desde entonces mi vida y yo nos llevamos mucho mejor. Puede que acabemos siendo amigos.

martes, 5 de octubre de 2010

sábado, 2 de octubre de 2010

Querida A.M.

Contigo aprendí el amor por lo pequeño, el valor de observar las Perseidas tras los cristales negros de este refugio de Keytown donde paso mi vida intentando entender el tiempo y esperando una racha de suerte que destierre la derrota y me lleve, aunque sea sólo por una vez, a la victoria.
Haz lo que quieras, que yo seguiré escribiéndo días y días, enviándote historias de la taberna, relatos sobre la naturaleza viva que me rodea, cartas llenas de contradiciones y desencuentros donde pongo palabras al lenguaje corporal de un abrazo o un beso.
Hoy en el periódico venía tu esquela. Q.E.P.D. Pero no la vio nadie. He secuestrado todos los ejemplares. Me dicen que has muerto víctima de un asesino en serie pero yo sé que solo estás en coma, inmóvil por un tiempo hasta que nuestros corazones quemados por la distancia vuelvan a encontrarse.
Al terminar este viaje solo puedo darte las gracias y asegurarte que no perdiste el tiempo y conseguiste reunirnos con tus propuestas en una tertulia inacabada que siempre esperará tu regreso.

P.D. Tras la última reunión de Anónima Mente sobre una idea original de Julio Genissel
1.- Inmóvil 2.- Perseidas 3.- Derrota 4.- Conseguido 5.- Días y días 6.- Lo que quieras 7.- Victoria 8.- El refugio 9.- Coma 10.- Intentando entender el tiempo 11.- Q.E.P.D. 12.- Lenguaje corporal 13.- Al terminar 14.- Historias de la taberna 15.- Mi vida 16.- Racha de suerte 17.- Puedo detener el tiempo 18.- Hoy en el periódico 19.- Secuestrado 20.- Corazones quemados 21.- Contradicciones 22.- Naturaleza viva 23.- Asesino en serie 24.- Tertulia inacabada 25.- Tras los cristales negros 26.- Amor por lo pequeño 27.- Desencuentros 28.- Keytown 29.- Contigo aprendí 30.- No la vio 32.- Distancia