Sentados a la puerta de la taberna, recuerdan otros tiempos. Juan fue minero, como su padre y su abuelo. Martín transportó durante años la leche de las vacas de Pedro que, a su lado, tiene la mirada fija en el humo del cigarro.
- Es un asco no poder fumar dentro. Este frío húmedo se cuela hasta los huesos - dice mientras se sube los cuellos de la chaqueta oscura.
- Hasta eso ha cambiado - señala Juan - ¿Os acordáis de la gran nevada? Tres semanas sin salir del pueblo. Y no pasó nada.
- Aquí nunca pasa nada - sentencia Martín.
Ninguno supera los cincuenta pero, sin presente ni futuro, el tiempo se detiene, las arrugas se hacen más profundas y, desde lejos e incluso desde la otra acera, ya no se sabe si son ellos o sus abuelos los que, sentados a la puerta de la taberna, recuerdan otros tiempos.