Aunque confiso que últimamente la mayor parte de la literatura que leo está en vuestros blogs, es decir, en la pantalla de mi ordenador, sigo defendiendo las características únicas del libro de papel y he encontrado a alguien que lo explica mucho mejor que yo:
El libro - Rodrigo Pérez Barredo*
El acto de abrir un libro, olerlo, acariciar con las yemas de los dedos su piel tatuada de promesas y regalarse el festín de su lectura es para muchos no sólo un placer necesario y una hora mágica e íntima: supone habitar un territorio feliz capaz de colmar el alma, conquistar un paraíso perfecto para náufragos fascinados. Borges decía que el libro era el más asombroso de los inventos del hombre, porque a diferencia de los otros, que son una extensión de su cuerpo, el libro lo es de la imaginación y de la memoria. Para quien esto escribe, el libro es tantas cosas que se haría necesario el periódico entero para expresarlas. Por ello diré, a despecho de los visionarios y los defensores del libro electrónico, de ese demonio llamado e-book tras el cual uno sospecha que hay una maquinaria de acoso que sólo busca rendimiento económico a la vez que imponer lo que debemos leer, que servidor piensa irse al otro barrio sin que sus cansados ojos se hayan posado una sola vez en tan aséptico, frígido e inodoro artilugio.
Llámenme retrógrado, carca; llámenme letraherido, romántico. Pero no es una cuestión de fetichismo. Se trata de memoria, de sentimientos, de amor, de ese no se sabe qué invisible que hace más habitable la vida. No cambiaría mi viejo ejemplar de El astillero -que todavía huele a Madrid en primavera, que tiene manchas de ceniza, gotas de lluvia o de lágrimas, anotaciones al margen- por las obras completas de Onetti en un cacharro de esos. Me quedaría a vivir para siempre en esa Santa María de papel, en ese tratado sobre la piedad y la desesperanza impregnado en tinta y manoseado hasta la extenuación antes que traicionar a lo único que no me ha defraudado nunca. Insisto: moriré sin leer en ese armatoste sin corazón. Y, pensándolo bien, no imagino mejor equipaje que un buen puñado de libros de papel para cruzar la orilla. Puestos a arder en el infierno, no se me ocurre nada más idóneo para atizar la hoguera.
*Rodrigo Pérez Barredo es periodista y escritor burgalés. Esta columna de opinión fue publicada en Diario de Burgos.
El libro - Rodrigo Pérez Barredo*
El acto de abrir un libro, olerlo, acariciar con las yemas de los dedos su piel tatuada de promesas y regalarse el festín de su lectura es para muchos no sólo un placer necesario y una hora mágica e íntima: supone habitar un territorio feliz capaz de colmar el alma, conquistar un paraíso perfecto para náufragos fascinados. Borges decía que el libro era el más asombroso de los inventos del hombre, porque a diferencia de los otros, que son una extensión de su cuerpo, el libro lo es de la imaginación y de la memoria. Para quien esto escribe, el libro es tantas cosas que se haría necesario el periódico entero para expresarlas. Por ello diré, a despecho de los visionarios y los defensores del libro electrónico, de ese demonio llamado e-book tras el cual uno sospecha que hay una maquinaria de acoso que sólo busca rendimiento económico a la vez que imponer lo que debemos leer, que servidor piensa irse al otro barrio sin que sus cansados ojos se hayan posado una sola vez en tan aséptico, frígido e inodoro artilugio.
Llámenme retrógrado, carca; llámenme letraherido, romántico. Pero no es una cuestión de fetichismo. Se trata de memoria, de sentimientos, de amor, de ese no se sabe qué invisible que hace más habitable la vida. No cambiaría mi viejo ejemplar de El astillero -que todavía huele a Madrid en primavera, que tiene manchas de ceniza, gotas de lluvia o de lágrimas, anotaciones al margen- por las obras completas de Onetti en un cacharro de esos. Me quedaría a vivir para siempre en esa Santa María de papel, en ese tratado sobre la piedad y la desesperanza impregnado en tinta y manoseado hasta la extenuación antes que traicionar a lo único que no me ha defraudado nunca. Insisto: moriré sin leer en ese armatoste sin corazón. Y, pensándolo bien, no imagino mejor equipaje que un buen puñado de libros de papel para cruzar la orilla. Puestos a arder en el infierno, no se me ocurre nada más idóneo para atizar la hoguera.
*Rodrigo Pérez Barredo es periodista y escritor burgalés. Esta columna de opinión fue publicada en Diario de Burgos.